El alemán emuló como campeón del mundo a su padre Keke. Además, venció a quienes miraban con desdén y dudas sobre su capacidad. Hoy se retiró de la Fórmula Uno.

Para algunos padres, el sueño es que sus hijos sean mejores que ellos y que superen lo que han conseguido en la vida. Si tomamos esa idea, Keke Rosberg debe estar más que orgulloso de lo que hizo su hijo Nico, reciente campeón de la Fórmula Uno y que hoy comunicó su retiro de la máxima competencia del automovilismo de velocidad.

Si bien igualó el título que Keke consiguió en 1982, Nico lo hizo con mejor rendimiento: Rosberg padre fue campeón con apenas un triunfo en 16 fechas y se quedó con el cetro de una temporada trágica en la última fecha aprovechando la ausencia del lesionado Didier Pironi. Nico lo hizo con nueve victorias en 26 puntos y siendo líder en varios pasajes del año.

Nacido en Wiesbaden en 1985, Erik Nicolas Rosberg estuvo bastante alejado de la Finlandia natal de su padre. Incluso, Keke (diminutivo de Keijo Erik) evitó que su hijo aprendiera el idioma finés porque creía que no le serviría si quería desenvolverse en el mundo.

Cierto es que Keke era más cercano a lo alemán que a lo finlandés, por lo que Nico salió con esa disciplina germana tan característica, aporte de su madre Sina, teutona de nacimiento.

Joven partió en los motores, siguiendo el camino de su padre. Era casi inevitable: vivían en Mónaco, donde se hace la carrera más famosa de la F1, y Nico se acercó a las ruedas a través del kart y de algunas pruebas en el sur francés. Su padre, estricto pero conciliador, controlaba cada giro en su pequeño monoplaza.

Fue en karting donde sumó sus primeros kilómetros junto a quien luego se convertiría en su principal adversario, Lewis Hamilton. Con el británico fueron amigos desde chicos, pero la competitividad los distanció.

En su época juvenil, sumó triunfos en la Fórmula BMW ADAC en 2002 y la GP2 Series en 2005. En esa campaña tuvo su primer acercamiento a la Fórmula Uno, cuando Williams, el mismo equipo donde Keke fue campeón, se lo lleva como tester.

Al año siguiente se sube a la butaca titular, como coequipo del australiano Mark Webber, gracias a una excelente prueba de aptitud en Williams, donde consiguió el puntaje más alto en la historia del control. Sin embargo, no pudo estar a la altura de las expectativas y apenas sumó dos podios en cuatro años, aunque fue capaz de vencer a sus compañeros, excepto a Webber.

Esa imagen de promesa a medio terminar era su principal lastre. Fue mirado en menos por varios sectores de la prensa especializada en Europa, que aunque reconocían que podía ser un talento a explotar, le faltaba algo. Podrá ser campeón, pero no “un gran campeón”, decían.

La llegada a Mercedes en 2010 y el tutelaje del retornado Michael Schumacher ayudó algo a mejorar, pero seguía en el plano de la promesa. Recién en 2014, cuando los cambios técnicos fueron aprovechados y mejor leídos por la casa alemana que Rosberg mejoró. Volvía a juntarse con Hamilton, pero éste ya tenía mayor éxito y no defendió su condición de piloto uno con el bicampeonato.

Este año, Rosberg tuvo la evolución esperada. No se derrumbó cuando los resultados fueron adversos en el segundo tercio del año, sino que se hizo más fuerte. Nico debió afrontar una carrera interna para vencer a Hamilton y a los que dudaban de él, incluido Bernie Ecclestone, que dijo públicamente que era mejor para el espectáculo un título de Lewis.

A todos ellos venció en Abu Dhabi, aunque llegó a la meta detrás de Hamilton. Fue el segundo lugar más celebrado de su carrera, con lo que igualó a su padre. “Estoy muy orgulloso de lo que logró mi padre y yo estoy feliz de estar siguiendo sus pasos”, decía Rosberg a La Tercera en 2014. Keke debe estar orgulloso; su hijo lo ha superado.